MINISTERIO EN LAS ALAS DEL AMOR
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LA BELLEZA, UN REGALO DE DIOS PARA LA MUJER

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LA BELLEZA, UN REGALO DE DIOS PARA LA MUJER Empty LA BELLEZA, UN REGALO DE DIOS PARA LA MUJER

Mensaje  Admin Vie Nov 26, 2010 4:25 pm

Dios desea que toda mujer posea y exprese la belleza
La belleza, un regalo de Dios

Belleza total! Parece como si toda la Tierra cantara un himno de alabanza a la belleza creadora de Dios. Dios es el creador de todo lo bello que existe, aun de las cosas bellas que el hombre y la mujer pueden crear. Él fue el que inventó la belleza; fue Él el que dio al ser humano, cuando lo creó a su imagen y semejanza, la capacidad de percibir, apreciar, desear, crear y experimentar esa belleza.
¿Quieres ver por lo menos la sombra de la belleza de Jesús? ¿O ver la majestad de la belleza que rodea el trono de Dios y del Cordero? ¿Quieres conocer su concepto y su capacidad de crear la belleza? ¡Mira la creación! ¡Contempla lo que Él ya ha creado!
Tú y yo, al ser llenas de Él, somos llenas de belleza, de esa belleza que va mucho más allá de lo temporal. También es su deseo que podamos ver la belleza que está aquí, a nuestro alcance, que nos rodea constantemente, que nos reta a verla y a aprender de ella.
Quizás te asombres de los versículos del Antiguo Testamento que voy a usar. ¡Son muy importantes! Tan importantes que en el último libro de la Biblia, en Apocalipsis, volvemos a encontrar otros que expresan cuadros similares a estos.
En Éxodo 39:1-3, 10-13, 30-31, leemos: "Del azul, púrpura y carmesí hicieron las vestiduras del ministerio para ministrar en el santuario, y asimismo hicieron las vestiduras sagradas para Aarón, como Jehová lo había mandado a Moisés. Hizo también el efod de oro, de azul, púrpura, carmesí y lino torcido. Y batieron láminas de oro, y cortaron hilos para tejerlos entre el azul, la púrpura, el carmesí y el lino, con labor primorosa".
"Y engastaron en él cuatro hileras de piedras. La primera hilera era un sardio, un topacio y un carbunclo; esta era la primera hilera. La segunda hilera, una esmeralda, un zafiro y un diamante. La tercera hilera un jacinto, una ágata y una amatista. Y la cuarta hilera, un berilo, un ónice y un jaspe, todas montadas y encajadas en engastes de oro".
"Hicieron asimismo la lámina de la diadema santa de oro puro, y escribieron en ella como grabado de sello: Santidad a Jehová. Y pusieron en ella un cordón de azul para colocarla sobre la mitra por arriba, como Jehová lo había mandado a Moisés".
¡Oro! ¡Piedras preciosas! ¡Obra de recamador, como el Señor lo había mandado! ¡Qué descripción tan magnífica de la belleza! Aquellos que habrían de venir delante de la santidad de Dios, debían tenerr una conciencia clara de la belleza de esa santidad.

La santidad de Dios está rodeada de lo más bello que el hombre puede
concebir, ¡y aún más!

Quizás tú, como yo un día, te digas a ti misma que no tienes esa riqueza para venir delante de Dios... ¡pero sí la tienes! Porque en Cristo, Él te viste con su justicia, con pureza, limpieza, magnificencia y la belleza de esa justicia te cubre y te permite venir ante la santidad de Dios.
¿Por qué tal extravagancia de riquezas y belleza? Era Dios mismo el que ordenaba que así lo hicieran. ¿Por qué? Porque Dios quería recordar al pueblo, y a aquellos sacerdotes que vendrían a su santuario a ministrarle, que Él es un Dios Santo, especial, único y supremo, lleno de poder y de belleza. ¡Era un privilegio para ellos venir ante su presencia!
¡Cuánto tenemos que aprender nosotras las mujeres de esta enseñanza! En relación con Dios siempre estamos ante su presencia. Pero ¿qué, cuando venimos a Él? ¿Qué pensamos de ese Dios cuando venimos a adorarlo, a expresarle nuestra admiración y gratitud, adoración y alabanza?
Déjame usar un ejemplo para expresar lo que quiero decirte. ¿Has tenido alguna vez una cita cumbre, un momento tan especial que por varios días llegó a ocupar los pensamientos de tu mente y la ilusión de tu corazón? Quizás lo viviste de niña, de joven o de mujer adulta.
Para ese momento querías lucir lo mejor, lo más bella que podías. ¿Lo recuerdas? Tal vez ni siquiera has vivido este momento en la realidad, solo en sueños. No importa. De todas maneras podrás comprenderme.
¿Recuerdas con qué cuidado y esmero buscaste entre tu ropa –o la compraste nueva, o la diseñaste en tu imaginación– aquella que te pondrías para esa ocasión. Querías estar espléndida...
¿Te has preguntado alguna vez por qué era para ti tan importante cómo lucirías en esa ocasión? No me refiero aquí de lo que todas sabemos son las reglas de vestir para una fiesta, para un trabajo especial o para la oficina, aunque estas reflejan también los motivos principales que voy a mencionar. Hablo de momentos verdaderamente especiales para ti.
Considero que hay dos motivos de los que pocas veces estamos conscientes y que nos mueven a querer lucir lo mejor para estos momentos:
1. El instinto natural que nos pide expresar exteriormente lo que para nosotros es la grandeza de ese momento.
2. El sentimiento de que la forma en que lucimos dice al otro cómo y qué sentimos hacia él.
Estoy completamente convencida de que la belleza es una parte integral de la naturaleza de Dios. Es por eso que Él ha puesto en nosotros la capacidad de esa belleza. Casi todas las descripciones que la Biblia hace de la presencia de Dios están llenas de una exuberante belleza y de luz. Lee cuidadosamente los pasajes que siguen. Los dos son descripciones que encontramos en la Biblia de la persona de Jesús:
"Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto; y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol y sus vestidos se hicieron blancos como la luz" (Mateo 17:1-2).
"Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto, vi siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre, vestido de ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro. Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos como llama de fuego. Y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno; y su voz como estruendo de muchas aguas. Tenía en su diestra siete estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos filos; y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza" (Apocalipsis 1:12-16).
¿No te llenas de admiración y asombro ante estas descripciones?
Luz, tan intensa que ciega los ojos; blancura tal como no es conocida ni posible en la Tierra.
Vestuario real, con cinto de oro ceñido por su pecho; ojos de fuego; rostro resplandeciente. Ciertamente es una descripción profunda de la santidad y el poder de Jesús. ¡Pero bañada y rodeada de belleza! Belleza magnífica e inigualable en la Tierra.
Verdaderamente creo que cuando comprendemos toda la belleza de la persona de Jesús, no podemos dejar de desear expresar esa belleza, si es que Él vive en nosotros. Quizás dejemos de expresarla, si hemos sido enseñadas que la belleza es pecado o vanidad. Tal vez podemos dejar de expresarla si nos vemos a nosotras mismas como basura, incapaces de mostrar en forma exterior alguna, la belleza de Dios. Pero ninguna de estas afirmaciones es cierta. El problema no es la belleza. El problema es lo que para ti y para mí se convierte en la fuente de esa belleza.
Veamos el pasaje de Proverbios 3l:21-25: "No tiene temor de la nieve por su familia, porque toda su familia está vestida de ropas dobles. Ella se hace tapices; de lino fino y púrpura es su vestido. Su marido es conocido en las puertas, cuando se sienta con los ancianos de la tierra. Hace telas y vende, y da cintas al mercader. Fuerza y honor son su vestidura; y se ríe de lo porvenir". Aquí tienes la descripción física, espiritual y social de la mujer virtuosa. ¿Cómo la ves? Estudiémosla físicamente primero.
1. Ella se hace tapices. ¡Ella embellece su casa con alfombras y colgaduras hermosas!
2. Su vestidura es de lino fino, lo mejor que podía comprar. Púrpura parece ser su color favorito; la realidad es que este es un color que denota realeza y era usado como máxima expresión de la belleza.
¿Recuerdas las vestiduras de los que entrarían en el Santuario? Lino blanco y fino... púrpura y piedras preciosas era el adorno que llevaban. Sí, esta mujer virtuosa aprecia y busca la belleza física para ella y para su casa. Ella sabe que esta belleza es un regalo de Dios; entiende que la belleza es parte de la naturaleza de Dios y que ese Dios que la ama desea traer a su vida, interior y exteriormente, toda la belleza de su presencia.

Dios ama y desea la belleza en una mujer virtuosa. No trato
de hacer de ti una
mujer vanidosa. ¡Créelo! Tampoco quiero levantar tu ego o ponerte metas falsas que nada
tienen que ver con lo que Dios desea
para nuestras vidas. ¡No!

Extraído del libro "Mujer de Plenitud" por María Puerta Wolcott, Editorial Betania

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